El número 13

Hablando sobre la intersección entre mi diabetes y mi salud mental

I might translate this later but for now I’ll be writing only in spanish. I feel it benefits more people in my community and I really have no idea how many people read my blog in English, if you are one of those, please let me know so I can find a way to get this content translated!

 

Los números y yo somos amigos y enemigos; odio los números impares, menos el 7. En la secundaria nos llevábamos tan bien que participé en concursos de matemáticas pero luego, quien sabe en dónde, empezaron las tragedias.

En Febrero de 2019 voy a cumplir 30 años. No me pesa ni me quita el sueño ese número. Creo que estoy en donde debo estar y estoy en paz. Lo que pasa es que coincide con que cumplo 13 años de uno de los días más difíciles que me ha tocado llevar. De regalo de cumpleaños en 2006 recibí el diagnóstico de diabetes tipo 1, y si de por sí es difícil nacer en el día mas corazoneado del año en este lado del mundo, agréguenle que van por ahí muchos regalando dulces y chocolates, flores y contaminantes, y yo aquí, sacándole la vuelta a las complicaciones.

Ya he hablado del tema, a veces siento que lo he dicho todo, que no me queda más que aportar al diálogo que ya existe, en un mundo donde tantos podemos hablar, a veces siento que hablo al vacío y prefiero quedarme callada; luego, días como hoy, recuerdo que hay mucho por hacer. Que soy una mujer privilegiada que ha logrado cumplir muchas de sus metas porque nací en un hogar afortunado, y una serie de eventos afortunados me han acompañado para llegar al año 13, entera.

He visto a más especialistas en un año de los que muchas personas verán a lo largo de su vida; conozco las reacciones de mi cuerpo a los alimentos, estimulantes, enfermedades y otras variantes como muy poca gente se toma el tiempo de intentar, y estoy protegida por una red de soporte personal, profesional y médico que a veces olvido agradecer.

Lo que pasa es que a mi cerebro le da por elegir un tema aparentemente al azar y se cicla por un buen rato y ¿todo lo demás? al traste. No sé bien cuando esto empezó. Recuerdo instancias de mi niñez que me perturba entender como adulta, como tener unos 8 años y pensar en qué pasaría al morir, mientras veía de una azotea, al suelo de la casa en la que estábamos. Recuerdo con mucha pena, que mientras estaba en casa de una compañera de la escuela, a los 11 o 12 años, haberme entusiasmado más con limpiar sus juguetes que con jugar, y decirlo en voz alta ante la mirada incrédula de mis compañeras.

foto del rostro de una mujer al aire libre, usando lentes de sol y sacando la lengua

No recuerdo cuando empecé a contar en mi mente los segundos que tardo en lavarme los dientes o en llenar una botella de agua, ni cómo fue que mi cerebro se empezó a fijar que tenía que alternar en masticar de cada lado de la boca para poder disfrutar mi comida.

Recuerdo estar sentada en el consultorio de mi psicóloga cuando me diagnosticaron con diabetes, en plena adolescencia, diciéndome que no estaba ahí porque tuviera un trastorno mental, sino para poder procesar lo que era mi nueva vida, mi vida con diabetes.

Y luego nada, seguí como pude, fui a la universidad, empezaron ¿volvieron? las crisis nerviosas. Me encerraba en el baño a llorar porque me sentía abrumada e inepta. Hubo gente increíble que me ayudó a seguir adelante, a no dejar mi carrera, a no dejarme a mí misma. Recuerdo los mensajes de mis amistades cuando publicaba que ya no podía más en algún otro lugar de la web de cuyo nombre no quiero acordarme.

De pronto estaba desconectada de mis amistades, de mi familia, mi carrera era mi única motivación, o tal vez solo un motor para seguir en automático. Y luego, se cumplió la misión y me encontré otra vez, abrumada sin saber cuál era mi rumbo ni mi misión. Y las cosas solo se fueron poniendo peor, en mi mente.

Es muy común que las personas con alguna enfermedad crónica degenerativa, como lo es la diabetes, también vivan depresión, ansiedad, vaya, hasta desórdenes alimenticios, pero no lo discutimos lo suficiente.

Mientras de fuera todo parece ir viento en popa, con un buen trabajo, reintegrándome a la vida social después de ser una especie de ermitaño por años, un día me encontré llorando en un café, sin ganas de vivir pero sin querer morir. Cada día se me había ido haciendo más y más difícil navegar la vida, la comida ya no me sabía, solo quería dormir, llorar o esconderme debajo de mi cama y nunca mas salir. Pero siempre he sido alguien a quien le cuesta decir que no y más cuando se trata de la gente que amo, y ese día, por mero milagro, nos podíamos ver, mis mas sabias amigas y yo después de mucho ajuste de agenda. Como pude, me arrastré por la vida hasta llegar a esa banca. ¿Cómo me veía? Según alguien que me vio ese día, de la patada. Más allá no sé. ¿Cómo me sentía? DE LA CHINGADA. No supe cuándo empezó a ir en decaída todo, solo sé que ese día ya no quería seguir. Quería salir huyendo a esconderme de todo, de la gente, de mi trabajo, de la gente, de vivir. Y mis amigas sin entender bien que pasaba, pero sabiendo que algo no estaba bien, me enseñaron un caminito de luz por el que podía empezar a andar para encontrar la respuesta a este desastre que tenía adentro.

Sabiamente me aconsejaron ir a terapia, nunca me habían visto así y estaban preocupadas; tal vez mas personas lo habían notado pero solo ellas con su amor y prudencia me explicaron que algo no andaba bien y necesitaba ayuda, hace unos cinco o seis años.

Tuve la fortuna de crecer en un hogar donde la salud mental se discutía, se reconocía, y cuando dije que necesitaba ir a terapia, nadie lo vio a mal; mi familia me respaldó con todo. Aunque no estábamos para gastos, esto era importante y mi familia le entró a los

foto de una mujer sonriendo frente a un pastel que tiene un pastel de Feliz cumpleaños

guamazos.

Y ahí voy, otra vez. La misma psicóloga que un día me había dicho que no tenía ningún trastorno mental me escuchaba llorar y decirle que no sabía porqué pero ya no quería vivir más. Y empezamos a desenredar la madeja de hilos de mi cerebro, nudo por nudo, enredo por enredo.

Resulta que en algún momento, mi cerebro dejó de ser neu-ro-tí-pi-co y decidió agarrar monte. No sabemos quién llegó primero, el huevo o la gallina (seguro sí sabemos gracias a los científicos pero síganme el rollo), y lo mismo pasó con mi diabetes y ansiedad, solo sabemos que van agarrados de la mano como dos desgraciados que me agarran a batazos tiro por viaje; no se preocupen, ya les doy batazo de vuelta.

Para acabarla de joder, era tímida y soy introvertida, y no, no son lo mismo. Tal vez más que tímida era mi ansiedad la que no me dejaba funcionar en muchos ámbitos sociales y además, soy muy selectiva. Prefiero las conversaciones en dosis larga y cantidades pequeñas, los lugares con muchos estímulos sensoriales me cansan, soy muy susceptible a la energía, dolor y emoción de las personas a mi alrededor y entonces, el combo se vuelve coctél.

Hay teorías de que el diagnóstico de una enfermedad o momentos de mucho estrés pueden disparar un trastorno mental, hay otras que dicen que los millenials somos demasiado sensibles, y hay aún más memes en el internet que dicen que si tan solo le echáramos más ganas, nos la pasaríamos mejor.

Sea como sea, ésta es la cosa: tengo diabetes tipo 1, ansiedad de corte obsesivo compulsivo, ciclos depresivos y muchas otras cosas más de las que otro día les hablaré. Y sé que en el mundo ha de haber otras personas con una historia parecida, buscando una respuesta a las preguntas que no se atreven a preguntar, y por eso estoy aquí.

Porque estoy convencida de que

  • La salud mental debería atenderse con la misma importancia que la salud física
  • Se puede vivir bien con una enfermedad mental
  • Las comunidades a todas las personas nos hacen bien y por algún lado tenemos que empezar.

Así que empieza el diálogo, así se ve una persona con diabetes, ansiedad y depresión:

foto de una mujer sentada de piernas cruzadas en el suelo, al aire libre, sonriendo y levantando las manos al cielo

Hay días buenos, hay días regulares y hay días donde solo duermo (bueno, como, tomo mis medicinas y duermo) mi día se reduce a mis necesidades básicas de supervivencia en modo automático. En días buenos, también tengo ratos malos; combato mis ideas y compulsiones malsanas escribiendo ¡aquí no! pero sí, o platicando, con mucha música, tomando té, acostándome en el suelo, llorando, respirando bien profundo y fingiendo hasta que se me pase o acabe el día, lo que suceda primero.

He aprendido (mas o menos) a reconocer cuando viene un ciclo depresivo, cuando estoy vulnerable a que me den ataques de ansiedad, a redirigir mi atención hacia otra cosa cuando lo único que quiero es arrancarme la piel, arañarme la cara o meterme debajo de un escritorio, y a decirle a la gente cuando no es un buen día, a pedir paciencia y apoyo, y aún más allá, a perdonarme cuando no logro hacer nada para estar mejor, y solo estar; porque claro que se vale.

Por mucho tiempo he querido hablarte de esto, explicarte que si ya no escribo con la misma frecuencia es porque mi obsesión por la perfección se apodera de mi y me autocensuro. He querido contarte que tengo años tomando antidepresivos y ansiolíticos pero he tenido miedo a la reacción de las personas, porque si algo me repatea es que me vean con cara de perro abandonado bajo la lluvia. Pero decido hacerlo, porque se lo debo a las personas que me han alentado a lo largo de mi vida a no darme por vencida; a mi gente bonita que ya no está, a los que están y necesitan esta ayuda que yo ya tengo pero tienen miedo de hablar, a mi familia que me ha apoyado en cada paso para encontrar mi estabilidad.

Y hoy cuento todo esto, no con punto final ni final feliz, esta conversación continuará. Donde tú quieras, me puedes encontrar, desde el anonimato del internet, o en la vida real, si tienes curiosidad, o quieres platicarme lo que tú sientes, y encontraremos algún sendero por donde andar para que estés mejor y mejor y mejor.

firmablog

 

 

 

No estaba muerta, andaba de parranda

Me he preguntado muchas veces si estoy lista para volver a escribir. He buscado pretextos y razones para alejarme pero como dicen por ahí, a veces los que más miedo tenemos de hablar somos los que más tenemos que decir ¿o no era así? Continuar leyendo “No estaba muerta, andaba de parranda”